Capítulo Ocho
Por Blacamán Jr.
El inolvidable 30 de noviembre de 1976, ¡feliz último día!!! del mal
gobierno de nuestro extraño, sospechoso, misterioso, feo y desquiciado presidente Luís Echeverría Álvarez, el licenciado Mario Moya Palencia Secretario de Gobernación, acudió a recibir oficialmente las obras de instalación de nuestros grandes valores patrios debidamente resguardados en el Archivo General de la Nación, instalado precisamente en el hermoso edificio conocido como el Palacio de Comunicaciones en la calle de Tacuba número ocho, en el centro histórico de nuestra ciudad de México.
Este hermoso edificio, proyectado y creado al estilo eclético correspondiente al siglo XX pero predominando su estilo neoclásico y renacentista, se debe al arquitecto italiano Silvio Contri invitado por don Porfirio Díaz en 1901 para tal efecto. Una vez terminado el elaborado proyecto, se dio principio a la obra de construcción en 1904.
Entre esos grandes valores, que ya se encontraban ahí para su resguardo, referimos el Acta de Independencia de México, nuestras Constituciones, los distintos cambios a través del tiempo de nuestro Escudo Nacional y de nuestra Bandera Nacional y un sin número de valiosos documentos referentes a nuestra Independencia, (como el juicio del Padre Hidalgo), al Virreinato, a la importante época de la institución de las Leyes de Reforma, a la Revolución Mexicana y hasta nuestros días.
Los principales documentos y testimonios de lo antes referido, fueron cuidadosamente instalados en el enorme e impresionantemente elegante y digno salón de recepciones, el cual lucía su fina ornamentación, a base de sus estucados, frescos, tallas en finas maderas con acabado en insuperable barniz, cerraduras, bronces y dorados, alegorías quemadas al ácido sobre cristales perfectamente biselados, todo ello tal y como sucede entre los grandes palacios de Europa y del mundo entero.
Cabe hacer mención que para la delicada instalación de éstos importantísimos e insustituibles valores, se recurrió a la intervención de destacados técnicos que cuidaron con intensa dedicación de todo lo referente a control de temperatura, ventilación, luz y grado de humedad, con el fin de cuidar y preservar la presencia de tan valiosos documentos y objetos.
En ese soberbio, elegante y digno ámbito, habían quedado cuidadosamente instalados los expositores que resguardan a nuestra Acta de Independencia, los distintos cambios que a través del tiempo ha tenido nuestro Escudo Nacional, las diferentes proporciones y dimensiones y código de los colores precisos de nuestra Bandera, así como el cuidadoso resguardo de las Constituciones que rigen nuestro correcto proceder con base en nuestras instituidas Leyes.
Así pues que al día siguiente de aquel último día, ó sea, el 1 de diciembre de 1976, estrenamos presidente. Ahora la banda presidencial lucía sobre el pecho de José López Portillo, quien no obstante que era sabido que en sus juventudes fue amigo del rarito de don Luís, frívola, absurda e inconcebible e insuficiente razón como para llegar a ocupar así de fácil la Silla Presidencial, nos inspiró confianza y nos hizo creer que la situación del país mejoraría.
Así las cosas, mientras la Secretaría de Gobernación estaba trabajando empeñosamente con el tiempo tan limitado y cubriendo presupuestos importantes en la instalación de semejante institución en el edificio antes referido, Luís Echeverría ya había hecho el encarguito, por afuerita, de que se hicieran los estudios para mudar al Archivo General de la Nación al nefasto y siniestro Palacio Negro de Lecumberri….pero… por qué???
Pues aunque parezca increíble y como si no tuvieran criterio y sin tomar en cuenta que el archivo estaba recién y perfectamente instalado, el nuevo Nerón, perdón, el nuevo presidente, se encargó de que el arquitecto Moctezuma, concluyera las obras en Lecumberri y trasladara el Archivo General de la Nación y lo instalara en el mas inadecuado lugar de nuestra pobre ciudad: la tan despreciable e infecta Prisión de Lecumberri. Inexplicablemente el arquitecto Moctezuma aceptó el absurdo proyecto.
Un grado mas en esas desquiciadas mentes chifladas y llevan al Archivo General de la Nación al mismísimo drenaje profundo.
Este imperdonable e incomprensible absurdo, nos hace pensar que la prepotencia, la soberbia, una oportunidad mas para obtener dinero, y la locura, reina entre nuestros incompetentes gobernantes.
Éste nefasto, sucio y desagradable lugar, “goza” de las siguientes características: Su localización dentro de la ciudad es inadecuada y de muy negativo impacto sobre todo si la comparamos con su anterior domicilio en la calle de Tacuba, frente al Palacio de Minería y muy próxima al Palacio de Bellas Artes y del bello edificio del Correo Central.
La nueva y absurda localización dentro de la Delegación Venustiano Carranza, obedece a una estúpida e innecesaria decisión. Además, se trata de un sitio de negro historial, una de las más desagradables cárceles de nuestro país, es un edificio que comenzó a funcionar como cárcel en 1900, puesto en marcha por don Porfirio Díaz y que seguramente todavía goza de la presencia de tan malas vibras por la nula calidad humana de tantos y tantos despreciables huéspedes.
Además, era bien sabido que el punto en donde se encuentra este mugrero, estaba muy cercano al drenaje principal de la ciudad y dado lo bajo del nivel en que fue desplantado allá por 1900 estaba en un alto riesgo de sufrir una y otra y otra inundación. Y así fue, la humedad que es el principal enemigo del papel, hizo de las suyas y afectó y destruyó una considerable cantidad de documentación provocando la necesidad de hacer nuevas obras en el mismo predio intentando disimular el error.
Arquitectónicamente, se trata de un inmueble cuya forma y trazo obedece a las necesidades de una antigüa cárcel, muy lejos de lo que corresponde a un Museo. Además, inaceptable la falta de responsabilidad al aceptar intentar la preservación de nuestros valiosísimos valores y documentos patrios, nuestra historia toda, a sabiendas del gran riesgo que representaba su instalación en ese viejo, indigno, oscuro, mal oliente y húmedo recinto.
En ese tristemente famoso Palacio de Lecumberri, han estado hospedados a través del tiempo personajes que han quedado registrados en la historia, entre ellos, podemos referir algunos nombres: Pancho Villa, (el “Centauro del Norte”); Ramón Mercader, (que tuvo a bien mandar al otro mundo a Lev Davidovich Bronshtein quien cambió su nombre por Leon Trotsky); Gregorio “Goyo” Cárdenas, (el “estrangulador de Tacuba”); el dinamitero Tenor Paco Sierra (esposo de doña Esperanza Iris); Higinio “El Pelón” Sobera de la Flor, asesino locote; Davíd Alfaro Siqueiros; Heberto Castillo y algunos personajes mas que se escapan a la memoria. Pero así es la penosa realidad, ahí quedó en ese verdadero muladar nuestra historia patria. Sobre la decisión de esta estúpida determinación, yo simplemente me pregunto: pero…. por qué?
Que distinto hubiera sido, conservando el archivo en Tacuba 8, canalizar al turismo nacional y extranjero para visitar con guías adecuadamente adiestrados, determinadas áreas del archivo-museo dentro de los habituales horarios y especialmente a las doce de medio día, en el centro del bello patio central, presenciar el “Cambio de Guardia” a cargo de los cadetes del H. Colegio Militar, en la misma forma en que lo hacen en distintos puntos del extranjero, como ejemplo: en la Biblioteca de la reina Victoria en Otawa, Canadá; en el Palacio de Buckingham, en Londres, Inglaterra; en el gran Cementerio de Arlington, en Washington, Va., capital de los Estados Unidos.
Y dicho sea de paso, simultáneamente, se podría contar todos los días a la misma hora, con otro “Cambio de Guardia” en el centro de nuestro gran zócalo al pie de la bandera mas grande del país, frente a nuestro Palacio Nacional, siempre y cuando el Jefe de Gobierno, se llame como se llame, se decidiera cumplir con su deber y se suspendieran enérgicamente esos absurdos y vergonzosos plantones en que los acarreados se adueñan del zócalo completito y a la vez, la prohibición absoluta de la estancia de gente que se sitúa, come y hasta duerme a la sombra de la bandera número uno de nuestra patria.
Para este tipo de compromisos, el regente debería emplear a especímenes como aquel ex perredista y hoy del PT, bien locote, fanfarrón y bravucón, de nombre Gerardo Fernández Noroña para que después de nombrarlo titular de la “Secretaría de la Preservación del Zócalo del D.F,” nuestro flamante Secretario por primera vez empleara su absurda y equivocada fuerza de intolerable Sabandija, pero ahora trabajando por una causa noble y de alto valor patriótico: Con el inalterable apoyo de “El Nacolímetro” y con el lema que bien podría adoptar para el peatón capitalino: “Hoy no Circulas”, para mantener el zócalo libre de invasiones de gente indeseable, de drogos, vagos, revoltosos, acarreados, marihuanos, micronarcotraficantes, prostitutas, prostitutos, borrachines y de diputados rebeldes .…… Amén.
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